Durante años la actriz trató de mantener su vida privada oculta, ahora se siente libre y madura para hablar de ella
Kristen Stewart es de las que habla bajito y sin embargo, su voz se ve sofocada constantemente ante el continuo escrutinio público en el que vive. Ella, a diferencia de muchas de las estrellas de su generación, suele buscar la frase más adecuada en lugar de someterse a dar una respuesta tipo.
Aunque algo ha cambiado últimamente porque apesar de que sigue pensando mucho las respuestas, está que no calla. Pronunciando a los cuatro vientos el nombre de su último amor, la productora de efectos visuales Alicia Cargile, cuando antes se pasó años sin reconocer su relación con su compañero de Crepúsculo Robert Pattinson. O sin importarle hacer alusiones a ese otro escándalo que dio un giro a su vida pública cuando fue sorprendida besando al realizador Rupert Sanders al que conoció mientras rodaba Blancanieves y la leyenda del cazador. “No tengo un trabajo tradicional. No soy oficinista. Es normal que uno se sienta atraído por la gente con la que trabaja y que mientras vives bajo esa burbuja nazcan algunas relaciones”, reconoció a EL PAÍS con motivo de su próximo estreno, Café Society, de Woddy Allen.
La burbuja de la que habla es el cine, un medio en el que la estrella que se dio a conocer con la saga Crepúsculo (2008) lleva desde niña dado que sus padres trabajaban en el medio. “Pero siempre lo vi como algo sin glamour. Lo veía desde el lado de las personas que trabajan como uno más del equipo que hace posible la magia”, describe de sus primeros recuerdos. Entonces le atraía la energía que se respiraba a espaldas de la cámara. Luego descubrió la verdadera magia. “Yo misma me sorprendí de cómo cada molécula de mi cuerpo cantaba al unísono lo mucho que me gusta esto”, se explaya dejando de mirarse las uñas y levantando la vista con orgullo.
En los últimos años Stewart ha encontrado una nueva seguridad como actriz y como mujer. Ya no es la niña que se paseaba por la alfombra roja junto a Jodie Foster tras su trabajo en La habitación del pánico (2002) con los nudillos blancos de lo apretados que los llevaba. Ya entonces era buena como intérprete y Foster veía en ella a una futura directora. “Tenía un montón de ansiedad por nada. Cosas de juventud. Ahora me siento más cómoda”, asegura desde sus sabios 26 años. Ha dejado de justificarlo todo, su vida, sus personajes, sus elecciones. El fervor de sus fans también se ha calmado “un poco” —respira—. “Las cosas se han vuelto más sencillas, lo cual está muy bien”, afirma sin echar de menos su fama como Bella. Aunque admite que es una persona muy competitiva eso no se aplica a su trabajo artístico. “He aprendido a callarme. La gente te quiere más cuando pierdes”, admite victoriosa.