'On The Road' quema, quema, quema.
Tenemos que encontrar por nosotros mismos algunos puntapiés
En la adaptaciónn del famoso y voluble libro de Jack Kerouac On The Road, Walter Salles ha conjurado una película que es fiera y serena, siempre mirando al horizonte mientras ahonda en la belleza del aquí y ahora. Esta no es una proeza pequeña. Salles hizo The Motorcycle Diaries, la única otra película genial de carretera de la memoria recente, pero añun así, hay muchas formas de que una película de Kerouac se hunda (mirad The Subterraneans), y esta las evita practicamente todas ellas. Quizás deja demasiado del lenguaje cinético del libro en el suelo; esta es una historia sobre las palabras tanto como lo es sobre el movimiento, la carretera. Pero como estos soñadores, quemados y frustrados trotamundos que regresan adelante y atrás a través de América en busca de lo que no sabes, la poesía ahumada de sus amplias vistas y el murmullo urbano del clamor proviene de un puntapié, de un verdadero puntapié.
El doble de Kerouac, Sal Paradise (Sam Riley, que encuentra una variación muy bonita de un artista condenado que él previamente inhabitó como Ian Curtis en Control), un autor en potencia viviendo en el apartamente de su madre en Queens a finales de 1940s. Él es el compañero y amigo de su efisivo, alternativo y afligido-y-en-pánico amigo poeta Carlo Marx (Tom Sturridge), un retrato nada encubierto de Allen Ginsberg. Y juntos, son seducidos por la presencia volcánica de Dean Moriarty (Garret Hedlund), un hombre como un cohete que llega desde Denver y es descrito por la narración estridente y amanerada de Sal (que suena como la prosa bop espontánea emocionada, pero que es en realidad una toma decente de la voz de Kerouac) que ha pasado "una tercera parte de su tiempo en una sala de billar, una tercera parte en la cáscel y una tercera parte en la libreria pública".
click en más información